Nada huele más rico, y digo rico, que el pijama de un bebé. Lo han comprado en un curioso estudio en el que han puesto a madres y no madres a oler la ropa de recién nacidos, y sentían algo parecido a lo que despierta el olor de un guiso cuando tienes hambre.
Esta reacción, la de querer comérselo aunque el bebé no sea tuyo, es una peculiaridad generalizada entre las homínidas. La razón está en el olor del recién nacido, que no es nada ingenuo: se trata —dicen expertos— de un arma biológica, infalible, que le sirve para garantizar que le quieras a raudales. El efecto que produce, según una nueva investigación, es similar al de comerse un solomillo después de tres meses a dieta.
Un equipo de investigadores acaba de desvelar cómo funciona este fenómeno natural: “El olfato es un lenguaje. Y las señales químicas —las palabras de ese lenguaje— que sirven de comunicación entre madre e hijo son de una enorme intensidad”, explica Johannes Frasnelli, uno de los investigadores del departamento de psicología de la Universidad de Montreal, donde han hecho este estudio.
El experimento lo realizaron con 15 mujeres que acababan de ser madres, y otras 15 que no lo habían sido nunca (funcionó en todas, aunque más en las madres). El “olor” lo recolectaron del pijamas de bebés dos días después de su nacimiento.
A todas ellas les escanearon el cerebro mientras olían “esencia de pijama”. Y lo que encontraron es que se activaba un circuito neurológico que realmente me interesa mucho: el que nos hace sentir placer.
Se trata del llamado sistema dopaminérgico. Este circuito de neuronas —y aquí la relación entre los bebés y el solomillo— se activa, por ejemplo, cuando por fin comes después de pasar hambre. Es el circuito de la satisfacción después del deseo. El placer es una recompensa neurológica.
La dopamina es el neurotransmisor más importantes de este sistema. De un modo muy simple (que me perdonen los sabios) a más dopamina, más placer. Y, ¿qué hace que la dopamina aumente? Pues en diversos estudios han encontrado que la liberación de dopamina en las regiones límbicas del cerebro asciende con la comida, la bebida, el sexo y, claro, con los pijamas de bebé. En su lado oscuro, también se dispara con el consumo de cocaína, anfetaminas y otros psicoestimulantes.
El olor del bebé tiene poder antropológico. Para los investigadores, este resultado muestra que es una herramienta favorecida por la evolución, y que su efecto refuerza el vínculo madre-hijo, fundamental para la supervivencia del bebé en los primeros meses de vida.