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A partir de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, los estados civilizados, uno tras otro, abolieron la tortura —oficialmente—. Antes, ocurrían atrocidades como esta.

“Una mujer molesta y enfadada, discute con sus vecinos y rompe la paz pública, aumenta la discordia y es intolerable para la vecindad”, explicaba una sentencia inglesa. En ese caso, había que castigarla con una brida de hierro (Scold’s Bridle), una máscara metálica, una jaula que encajonaba su cabeza, un bozal con un hierro que entraba en la boca y se apoyaba sobre la lengua, y que impedía que la mujer hablara.

El bozal de hierro fue un invento posiblemente escocés, fabricado para humillar y castigar el cotilleo y las disputas ocasionadas por mujeres, y se utilizó entre los siglos XVI y XIX. El hierro sobre la lengua solía ocasionar heridas, y algunos modelos llevaban una campanilla incorporada, para que se escuchara a la mujer cuando se acercaba. En la parte trasera podía anudarse una cuerda, para pasear a la castigada por la calle y que sufriera la humillación y burla de los vecinos.

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En algunas casas tenían un gancho en la pared, al lado de la chimenea, donde la esposa podía ser encadenada hasta que prometiera contener su lengua. Aunque el uso del bozal podía decidirlo el marido, normalmente era una sentencia ordenada por un magistrado. La condena podía durar de 30 minutos a varias horas.

Hay más de 50 bridas de varios tamaños y estilos en museos, iglesias y ayuntamientos británicos. Una de ellas está expuesta en la Torre de Londres. Otra, de 1632, está en una vitrina en la sacristía de una iglesia junto al puente Walton, en el Támesis, con esta inscripción: “… brida para contener lenguas de mujer que mantienen conversaciones demasiado ociosas”.

Con esto, me han entrado unas ganas locas de hablar por las paredes, y gritar. ¡A ver quién me calla!