«Mira, tiene la mano llena de plastilina…». Altea señala la extremidad motorizada de Atenea, raza JD Humanoid. Más que una mano es una pinza bastante útil. Y es verdad, está llena de plastilina.
«Les he dado plastilina para que no se pelearan por ella», me explica Altea. Y no se pelearon.
Se apuntaron tres personas al taller de Robótica para chicos y chicas con autismo en Las Cigarreras, un centro cultural de Alicante. En este caso, tres no son pocos.
«Es muy difícil que se apunten a un taller así. Son personas que necesitan una estructura previa muy clara, saber dónde van a ir, qué van a hacer… Muchos papás a la hora de inscribirles en un taller como este se lo plantean mucho. Normalmente hacen actividades en centros que ellos conocen, necesitan una previsibilidad, inscribirles en un taller en un centro abierto a todo el mundo como las Cigarreras es muy valiente».
Mientras hablo con Altea pienso que está a punto de llegar la Navidad y cómo para muchos padres llenar de actividad el ocio de las hijas e hijos en vacaciones se convierte en un dilema. Cines, pistas de hielo, cursos de esquí… Si tienes un hijo o una hija con autismo el tiempo de un día y otro día es enormemente largo. Para ellos no se ha hecho ni el musical de Anastasia ni el Belén viviente, pero el tiempo de cada día es igualmente largo.
Altea Gutiérrez trabaja en un centro para personas con autismo y su trabajo con ellos consiste en tratar de que aprendan cosas muy sencillas, como estar sentado en una silla, o poder adquirir un patrón básico de aprendizaje, una secuencia de trabajo mínima para llevar a cabo cualquier tarea: aprender a aprender.
Pero el taller del sábado pasado por la mañana en Cigarreras se pensó para personas con lenguaje y un nivel intelectual que les permitiera un primer acercamiento a los robots. Estas personas son la pieza más débil, los que nos resulta más difícil encajar en el tablero social, porque saben que son diferentes, pero no hay hueco para ellos en el puzle.
Tres de ellos se apuntaron al taller de Robótica para personas con autismo de Cigarreras. «Un chico se ha machado nada más empezar. Se ha sentido sobre estimulado y se ha tenido que ir», me explica Altea, pero no lo cuenta como un fracaso.
El taller ha continuado con un chico de 18 años y una niña de 9. «El chico golpeaba al robot, a veces quería darle patadas, a la chica no le gustaba y decía “No le hagas daño”…».
El taller estaba pensado para personas entre 8 y 18 años «porque son una generación acostumbrada a las tablets y los móviles. Y el taller está diseñado para manejar una tablet» . Y ¿el objetivo? «Lo que buscamos es una interacción con el robot, una comunicación, que es la pata un poquito más coja de las personas con autismo».
En la primera parte del taller los robots decían un texto, básicamente saludando, preguntándoles su nombre y moviendo la cabeza, evitando el contacto visual directo, algo que las personas con autismo no aceptan bien. «Y esa primera parte ha funcionado genial. Los chicos han respondido, le miraban, prestaba atención, había seguimiento del robot, incluso la niña ha dicho que tenía los ojos azules y rosas. Porque tenía leds en los ojos».
Los pitctogramas servían para una segunda fase del taller. «Hemos hecho con ellos el Espejo Robótico. Lo que buscamos es que imiten movimientos. La imitación es la base del aprendizaje y sirve para tener conciencia de tu propio cuerpo, propicepción».
Se trata de saber que tu brazo derecho es tu brazo derecho. Así que primero veían el pitctograma en la tablet, «después el robot hacía el movimiento, levantar la mano derecha, por ejemplo, y les pedíamos a los chicos que lo imitaran», explica Altea.
Y, ¿lo imitaban? «El robot hacía el pino y daba volteretas, y los chicos tenían ciertas dificultades de equilibrio y coordinación. Al intentar imitarle cuando hacia una voltereta, sus movimientos eran mas extravagantes o exagerados. Pero si, en algún momento han entendido que se trataba de levantar la mano»
Y, ¿por qué un taller con robots? «Por mi experiencia veo que con los robots tienen menos miedo, lo ven más predecible. Los gestos, el lenguaje de un robot dan muy poca información. Es decir, nosotros damos muchísima información cuando hablamos. Movemos las manos, hacemos gestos, cambiamos el tono… Para una persona con autismo todo esto es ruido que puede aturdirles. El robot sin embargo da un mensaje limpio. Con los pictogramas, además, se anticipaban a lo que va a hacer el robot. Si veían un pictograma de un chico diciendo adiós sabían que el robot iba a decir adiós»
Altea está contenta con el resultado del taller. «A mí me parece un camino de exploración muy importante, pero creo que se debería explorar más, en entornos que se repitieran todos los domingos, con las mismas personas, para que ellos pudieran crear una rutina y hacer un trabajo más estable».
Atenea raza JD Humanoid, con los ojos rosas y azules y plastilina en su pequeña pinza, hizo bien su tarea: un taller de robótica para chicas y chicos con autismo, un pequeño hueco en ese tablero social donde el puzle no estará humanamente completo hasta que no haya sitio para todos.