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La bióloga, que acaba de fallecer a los 80 años, formó parte de la primera Selección Española de la Ciencia de Quo.

Cuando le pedí a Margarita Salas que se pusiera una camiseta de la Selección Española de Fútbol para la foto, se quitó la bata de laboratorio, se remangó la camisa beige de botones pequeñísimos, y me pidió que la sacáramos desde su mejor perfil, creo recordar que era el perfil derecho. Margarita Salas ha sido un ejemplo para las mujeres y hombres de ciencia en España. Y me sorprendió que alguien, que ha pasado toda una vida observando al miscroscopio las particularidades genéticas de un virus, fuera coqueta.

Margarita pasó cada año de su larga vida como científica observado la naturaleza genética de un provechoso y simple virus. Es un virus bacteriófago (“un fago”, dice ella). La simpleza de su elegido le permitió averiguar cómo se duplicaba su ADN, y Margarita desarrolló entonces una herramienta para multiplicarlo en el laboratorio, como el milagro de los panes y los peces. Con su tecnología se pueden hacer millones de copias del material genético a partir de cantidades muy pequeñas. Puedes conseguir mucho ADN donde antes había poco, por ejemplo, en una pequeña muestra de sangre, semen, o de un mamut fósil.

Si en una investigación en criminalística encuentran una muestra muy pequeña de ADN, pueden amplificarla para así poder hacer múltiples pruebas. Su sistema para duplicar ADN se utiliza en laboratorios forenses de todo el mundo, que, claro, han tenido que pagar por ello. La patente de esta tecnología ha supuesto una magnífica rentabilidad para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

El CSIC le debe mucho, los CSI también. La ciencia española la tuvo a ella durante mucho tiempo como ejemplo visible de una mujer científica. Para mí, personalmente, fue un gusto conocerla.