Leer este post puede traer horrorosas consecuencias sexuales. Yo aún ando recuperándome de un amor con un científico 🙂
Solo diré de él que es un 10 en física desde la Universidad. Pero en física teórica. Me dejé llevar una noche nada loca, pero de calorcito de verano. Quién iba a pensar que aquello iba a ser la ruina de mi libido y mis orgasmos rizados. Estábamos abrazos, con un ron de más (yo) y él con un agua mineralizada, me tocó el culo metódicamente y me dijo al oído: “Se está disparando mi testosterona”. Así comenzó la debacle.
Hasta entonces, para mí lo que subía era otra cosa más carnal. Me separé un poco y repitió: «testosterona al ataque». No huí a tiempo.
Reposó su mano en mi caderá y mencionó a Darwin: “Tus curvas son un reclamo sexual, como tus labios rojos”. El científico había sucumbido a la selección sexual con la pasión de un bonobo. Se me olvidó la mano en el culo y recibí un beso con mordisco.
A punto estaba de sobreponerme y abandonarme a la sinrazón cuando escuché lo peor: “oxitocina”, dijo él. ¡Me llamó oxitocina! Otros novios me habían llamado “lucerito”, “koala”, “chochete” (sí, chochete) y otras metáforas más o menos inspiradas. Pero aquella era la peor. Nada fue igual en mi vida desde que mi novio científico me llamó oxitocina.
Miré a mi alrededor: los colores de la Habana, el ritmo cubano, las caricias… “El sexo hará que generemos oxitocina, y ese será el vínculo que nos mantendrá biológicamente unidos como pareja, como familia… Eso es el amor, el tiempo que dure la oxitocina”.
Y aún me esperaba lo peor. Hubo revolcón, con brisa de palmera. Y explicación al oído a pesar de que me fingí dormida. Mi clítoris resultó una estructura de enorme ramificación nerviosa que conducía señales eléctricas desde su lengua a un núcleo cerebral (el accumbens) que a mí, lo juro, me había pasado absolutamente desapercibido. Así fue como mi orgasmo, desde ese día, es una señal eléctrica y química en el accumbens. Mi ruina.
Meses después, ya en Madrid, mi novio científico me abandonó. Tenía más oxitocina con otra. Mientras yo me sentía una cobaya a punto de ser retirada del experimento, me explicó la teoría de las “afinidades electivas”. Bebiendo a sorbitos su agua mineralizada, me dijo: “Hay elementos químicos que se atraen y establecen enlaces duraderos. Pero, en ocasiones, aparece otro elemento químico con mayor fuerza de atracción e, irremediablemente, se produce una ruptura en el primer enlace que…”. Le dejé hablar unos minutos más, deseando que le cayera encima un meteorito.
Al novio tardé poco en olvidarle, pero aún hoy, en plena noche me asalta moléculas, circuitos neuronales activos, y mi núcleo accumbens palpita desconsolado.