Viajamos tierra adentro, hasta el jardín de una gruta mimada como un ser vivo. La luz encendía a nuestro paso los afilados pompones de aragonito, las asombrosas helicitas, y la leche de luna que tapiza las viejas rocas como un baño de crema..
Nadie puede explicar cómo se forman las helicitas…”, Ana, que tiene el pelo rojo como la arcilla, lo sabe todo de la cueva de Castañar de Ibor (Cáceres). Sabe contar qué ocurrió bajo nuestros pies a lo largo de 600 millones de años. Erasé una vez… “aquí hubo un océano”, explica. Un océano primigenio en el que la evolución encontró nido para dar forma a los primeros animales con concha. “Se han encontrado fósiles de Cloudinas…”, cuenta Ana, las primerísimas formas vivas acorazadas, con una concha elaborada a partir de la calcita de rocas de mar. Cuesta imaginar un océano en lo que hoy es un campo extremeño solo verdeado por copas de olivos. Pero aquél océano dejó huella, y fue el principio que hizo posible todas las formas que ocurren bajo esta tierra. Así que Ana puede explicar casi al detalle esos 600 millones de años. “Sin embargo —señala una de las rizadas helicitas que brota como un gusano de cristal entre las grietas de la pared de la gruta— no se sabe cómo pueden darse estas formas”.
Las helicitas son delicadas formaciones que cambian su eje respecto a la vertical varias veces a lo largo de su crecimiento. Pueden tener forma curva o angular, es como si se desarrollaran en condiciones de gravedad cero.
Ana María Alonso Zarza es Catedrática en el Departamento de Mineralogía y Petrología de la Universidad Complutense de Madrid, y presidenta de la SGE (Sociedad Geológica de España). Nos conocimos en un tren de regreso a Madrid desde Zaragoza. Me dijo: “La tierra es tan asombrosa como el fondo del mar…”. Me vio dudar, y añadió. “Para demostrártelo, te voy a llevar a la cueva más bonita del mundo”.
Castañar de Ibor, provincia de Cáceres. Tierra de cazadores. En el camino hasta la gruta alguien ha escrito con pintura amarilla: “por aquí se baja al tesoro”.
Radón al límite
Tenemos que ponernos un mono y unas botas esterilizadas para no contaminar el frágil y extraordinario ecosistema que nos aguarda ahí abajo. Sin embargo, lo primero que conocemos es que su elevada tasa de radiactividad está 100 veces por encima de los límites europeos de seguridad para espacios de trabajo. Contiene la concentración de gas radón más alta de España. No hay peligro en una estancia corta (la duración de una visita) y se monitorizan constantemente los niveles para que no haya problemas, pero es mejor olvidar la sugerente idea de quedarse a vivir ahí abajo para siempre, a unos más que confortables 17º de temperatura constante.
Llegamos. Se abre la compuerta que da paso a un angosto agujero por el que hay que bajar los primeros 9 metros. A partir de ahí, el recorrido desciende. A veces hay que gatear, siempre con cuidado para no dañar las rarísimas formaciones que sobresalen de las rocas. Ana nos hace conscientes de que seguimos el camino más favorable para el agua subterránea, la ártifice de la cueva y de tanto adorno.
El agua se encargó de disolver con lentitud geológica las dolomías y magnesitas que se formaron en tiempos de aquel océano madre. Y, una vez disueltas, las rocas que estaban arriba colapsaron dando lugar, entre tierra y tierra, a este hueco laberíntico por el que desdendemos.
Con la luz de los frontales como guía, llegamos hasta un distribuidor central, la Sala Nevada, desde donde se abren distintos caminos por los que es posible llegar a Los Lagos, La Sala Roja, El Laberinto Norte, El Jardín… Este último es nuestro destino, 45 metros bajo tierra.
Pocas cuevas en el mundo pueden presumir de tanta diversidad de formas decorando sus paredes, y la clave de la diferencia está de nuevo en esas vetustas rocas marinas, grisaceas y de aspecto anodino, pero ricas en un elemento con muchas posibilidades, el magnesio.
Que haya magnesio en el agua hace posible formaciones que no se dan en otros sitios de aragonito, huntita y dolomía. “De esta cueva lo más especial y raro —explica Ana— es la enorme abundancia de pompones de aragonito creciendo sobre las arcillas rojas. Por los pompones creo que se puede considerar única en el mundo. Pero si Castañar es realmente especial es por la enorme variedad de espeleotemas distintos, y aunque no únicos, si raros (o poco abundantes) en la mayoría de las cuevas”.
Crecen con una lentitud no conocida en las formas vivas: unos 2 milímetros cada mil años
Los pompones están formados por afiladas agujas que pueden medir desde apenas 2 milímetros hasta 10 cm de longitud, “agujas” que crecen como si se reprodujeran.
La cueva es tan especial por Ia enorme abundancia de pompones de aragonito como el de la foto, que crecen sobre las arcillas rojas.Ana Blázquez
“Los cristales fibrosos de aragonito tienden a abrirse, y de uno se hacen dos, de dos 4 y así, se extienden en todas las direcciones y se forman los pompones. Este proceso lo facilitan las arcillas, que están empapadas en el agua y tienen los elementos necesarios (carbonato y calcio), y por el magnesio, que ayuda a la formación de aragonito…”.